La pasada semana nos visitaba el periodista José Ignacio Wert para hacer un reportaje de nuestra Escuela de Natación. Tras pasar con nosotros una tarde, escribió esta reflexión que ahora queremos compartir con vosotros:
«Las clases de natación de una fundación (Mauricio Garrigou) vinculada a un colegio de educación especial (María Corredentora) no tendrían nada de particular. Si no fuera porque éstas son abiertas a niños que procedan de otros centros. De este modo, en grupos de unos seis alumnos, se mezclan aprendices de nadadores con y sin síndrome de Down. El criterio no es la edad si no el grado de destreza bajo el agua. “Al principio pueden observar más”, señala José, uno de los profesores. Pero el espacio compartido se traduce en normalización. Que, en este barrio, se mezcla con el cloro.
Fito está exultante. Es la tarde de su quinto cumpleaños. Sus padres llegaron a la clase como actividad extraescolar del colegio. “Esto le viene fenomenal”, dice Rodolfo, mientras espera a recogerle. “Siempre sale con una sonrisa”. La formación física que recibe bajo el agua le sirve fuera de ella. “Es mucho más autónomo”. También va a tenis, pero ahí se notan un poco más los problemas de coordinación. Lucía (8 años) deja las instalaciones feliz. Explica que su siguiente destino es el coche de su padre, Luis. Antes de salir, vuelve sobre sus pasos. Ha olvidado la pegatina que Lola da a cada alumno al final del día. Un coche, qué cosas. De color amarillo. Su progenitor cree que las clases fueron fundamentales para terminar de preparar a la niña para dar sus primeros pasos en la superficie. Lleva acudiendo desde que era un bebé. Ambos padres coinciden en señalar que esta preparación constante les da tranquilidad de cara a las piscinas y las playas que salen a su encuentro en los veranos. Álvaro (26 años) empezó a venir al año de edad. Es el único de su promoción que sigue acudiendo, ahora una vez por semana, a esta piscina.
José Ignacio Wert
Desde un punto de vista más técnico, José puntualiza los efectos positivos que estas lecciones tienen en el desarrollo del órgano vestibular, muy importante en el equilibrio y el control del espacio. Aquí se aprende a regular la posición, a controlar la postura. Los rudimentos aquí adquiridos permiten fuera ganar habilidad en el manejo de lápices o utensilios para comer. Manu, otro profesor, venido de Santander hace 18 años, recalca que el planteamiento de las clases para chicas y chicos algo mayores es de Educación Física. De ahí que compense la longitud de la piscina con una colchoneta en el que cada largo se corona con algunas flexiones en seco.
Rodolfo y su mujer no supieron que Fito tenía síndrome de Down hasta su nacimiento. “Lloré 24 horas sin parar”, reconoce. La vida que se había imaginado iba a ser muy distinta de la que empezaba en ese momento. Pero, tras ese día de lágrimas, empezaron a rodearse del apoyo de familia, amigos y, muy especialmente, otros padres en sus mismas circunstancias. “Se crea una unión muy especial”. Hoy toca celebrar el cumpleaños. Su padre sabe que Fito no dejará terminar el día sin probar jamón ibérico, por el que está desarrollando una gran afición. Comprobamos que Rodolfo tenía razón. Su hijo siempre sale de la clase con una sonrisa. Es casi tan amplia como la de su progenitor.
Además de Lucía, Macarena (12 años), la hija mayor de Luis, también practica aquí natación. Descubrió el sitio a través de su hermana. Ella, que convive con el síndrome de Down en casa, piensa que es muy positivo que otros niños que no viven esa circunstancia adquieran aquí su propio punto de vista relacionándose con la discapacidad, en unas clases de las que destaca, precisamente, que “estén abiertas a todos”.
Adriana (20 años) también lo ha conocido en su propia casa. Su hermana Alicia (13 años) le descubrió estas clases en las que ahora ella acaba de empezar sus prácticas como monitora. Son el principio y el final de una saga de cinco. Aquí ha comprobado que “cada niño es un mundo” en su manera de interactuar con el agua. Sin embargo, por regla general, cuesta mucho más sacarles de la piscina que convencerles para que se metan en ella.
“Estate feliz, que vamos a cenar en familia”. Esa clase de comentarios de Alicia hacen que Adriana haya aprendido de ella valorar los detalles pequeños y los aspectos positivos de la vida cotidiana. “Se fija en todo, nota hasta cuando estás baja”. Manu apunta en la misma línea. Lo que sus alumnos le han enseñado este tiempo es “humildad” y “priorizar las necesidades”. “Te das cuenta de que un problema es otra cosa que perder un móvil o discutir con tu pareja”. Y eso acaba permeando en los niños sin Down. De ahí que Manu prefiera el término “hándicap”, muchas de cuyas acepciones permiten hablar de una desventaja de partida que se puede superar. Como resume Macarena, en su casa ha aprendido que “todos somos iguales. No importa la discapacidad”.
José Ignacio Wert
Avanza la tarde y llegan nuevos alumnos. Algunos presentan discapacidades intelectuales distintas al síndrome de Down. “Yo tengo síndrome de Up”, bromea Dani, que prepara la celebración de su treinta cumpleaños. “Tengo trabajo, tengo sueldo, tengo novia, ¡qué mas quiero!”, reflexiona. Álvaro cumple disciplinadamente con los ejercicios. Acabado el largo, este adolescente se dispone ya a atendernos. José insiste en que tiene un gran sentido del humor que desborda en las seleccionadas ocasiones en las que dice algo. Recordamos su chascarrillo cuando le preguntaron por la última Nochevieja. “-¿Tardaste mucho en tomarte las uvas? –No, no mucho. Conseguí terminármelas antes de que acabaran las de Canarias”.